Iñigo de Loyola era un soldado a la orden de la corona española. El 20 de mayo de 1521, defendiendo la fortaleza de Pamplona contra los franceses, cae herido, con fractura de una pierna por una bala de cañón. Él había logrado convencer a su comandante de luchar, pese a la inferioridad numérica, por la honra de su nación. Luego de su captura y sabiendo de su valentía, los franceses deciden enviarlo a su hogar finalizada la batalla, en lugar de encarcelarlo.
Ignacio es herido en la batalla de Pamplona (1904) de Albert Chevallier Tayler
A partir de ese episodio, y como producto de la herida, Iñigo cojearía el resto de sus días; pero este sería un cambio menor en él. Hasta entonces, había tenido una vida no carente de adicciones y consideraba el honor como el valor más importante. Durante los meses de su recuperación, leería la vida de Cristo y un libro de santos, los que le harían concluir que solo el camino espiritual lograría saciarlo. Guiado por su descubrimiento, decide partir hacia Jerusalén una vez recuperado.
Ignacio convalece en Loyola (1904) de Albert Chevellier-Tayler
Al llegar al santuario de Nuestra Señora de Monserrat, Iñigo entregó su espada a la Virgen. Y como agradecimiento, donó su mula al monasterio y su vestimenta de caballero, a un mendigo. Desde entonces vistió un sayal de peregrino y se dedicó a la oración, viviendo de limosnas.
Durante su recorrido, en un pequeño pueblo llamado Manresa, tuvo una visión, tras la que tomó consciencia de la presencia de Dios en todas las cosas.
Al llegar a Tierra Santa, Iñigo quiso asentarse ahí, pero el superior franciscano le ordenó marcharse, debido a que los musulmanes tenían el control del lugar. Él se va, pero continúa decidido a consagrar su vida a Dios.
Ignacio en Manresa (1904) de Albert Chevallier-Tayler
Ignacio y sus compañeros profesan sus votos solemnes (1904) de Albert Chevallier-Tayler